Pau Turina
Natalia Rozenblum y Luciana de Luca, ambas escritoras argentinas, publicaron novelas en las que sus protagonistas son mujeres mayores. En Baño de damas y Otras cosas por las que llorar, las autoras narran el deseo, la relación con el cuerpo, la vida social (o su falta) y los vínculos.
¿Cómo fue el proceso hasta encontrar estas voces narrativas de mujeres mayores?
Natalia Rozenblum: En el caso de Baño de damas fue un proceso larguísimo, porque la novela empezó como un ejercicio de un taller que hice en 2011 o 2012. En ese entonces era la voz de una chica de veintipico hablando sobre los cuerpos de las mujeres mayores del vestuario del club. En un momento, empecé a extender el texto, empezó a crecer y decidí que no me interesaba esa mirada, sino que quería que fuera la de una mujer mayor. Empecé a armar versiones en las que estaban narradas en primera persona, en la voz de Ana Inés, pero era inverosímil, no lograba dar con una voz que funcionara, porque era muy forzada. Es ahí cuando decidí reescribir la novela con un narrador en tercera persona, porque me parecía que muchas veces ciertas voces están muy estereotipadas. Por ejemplo, cómo habla una abuela. Se supone que es de una manera determinada, entonces, si no es así, se supone que no tiene esa edad. Con la tercera persona podía acercarme más a lo que pensaba y sentía la protagonista, y que los textuales quedaran para los diálogos.
Luciana de Luca: En mi caso, no empecé pensando que iba a ser una mujer mayor. Estos días leí una frase que planteaba la idea de encontrar la poesía haciéndola. En este caso, fue parecido, no me plantee escribir la historia de una mujer mayor, sino que la motivación fue hacer un repaso de la vida de una mujer, en pensar en determinados nudos de conflictos reales, que nos ponen en guardia y que son muy difíciles de destrabar, desde la pareja, la maternidad, la relación con el padre, la vocación, el deseo, por ejemplo. En ese tránsito, Carolina surgió como el desvío de otra cosa que estaba escribiendo, que tenía mucha cercanía con un momento de mi vida que fue cuando mi papá murió. Tenía algo escrito hace muchos años, que era el final de la novela. De alguna manera, retomé esa voz de esa mujer que hablaba, que está sola, habla y piensa. Después, el personaje de Carolina empezó a tomar fuerza porque me pareció que concentraba, en la edad, en la capacidad de mirar hacia atrás, de poder revisar toda una vida, en esta vida ordinaria, que parece que no pasó mucho; sin embargo, pasaron un montón de cosas. Pensar estas pequeñas vidas en la que muchas veces la épica brilla por su ausencia y, en realidad, cómo esas cosas que parecen pequeñas tienen una dimensión enorme y cómo pueden arrasar. Fue como si todo lo que quería decir lo podía decir esta protagonista.
En estas novelas están presentes tanto el deseo como la cuestión del cuerpo que, indudablemente, envejece. Y a un cuerpo que envejece se lo relaciona con la decrepitud, lejos de la posibilidad de vitalidad. ¿Cómo pensaron esta relación entre cuerpo y deseo?
Natalia Rozenblum: Soy una persona que en términos generales no cree que la edad defina demasiadas cosas. Por supuesto, cuanto más grande seas, puede ser que tengas más achaques o dolores, pero no lo veo relacionado con el deseo. Tengo amigas jóvenes que no identifican su deseo y conocí muchas personas grandes, más de ochenta y cinco años, con mucho deseo y muy vitales. De hecho, el libro está dedicado a dos personas, una fue mi primera alumna, Zule, y cuando empezó tenía ochenta y un años, y tenía mucha vitalidad. También creo que sienten cierto cansancio en relación con cómo se sienten miradas, en el sentido de cómo la excluían a Zule, por ejemplo, por no poder, supuestamente, hacer ciertas cosas. Y eso le dolía mucho.
En cierta manera, las limitaciones las ponía el resto, el ámbito.
Natalia Rozenblum: Totalmente. Y eso los termina cercenando, el hecho de dejar de participar de espacios, que es parte de lo que los mantiene vitales. Por supuesto, hay personas con mucho espíritu, pero tampoco la gente joven hace cosas todo el tiempo o sabe qué quiere hacer. Entonces, me parece que el deseo no tiene que ver con la edad.
Luciana de Luca: Coincido con todo lo que dice Natalia. Además, hay una relación con el cuerpo como si fuera algo posterior al deseo, incluso, exterior. Tanto el deseo sexual, que en mi novela no está muy presente, está corrido, pero es tan posterior a todo los otros deseos que están postergados y borrados desde el principio. En mi novela, hay tantos borrones anteriores del deseo, tantas cláusulas, tantas imposiciones, que ni llega al cuerpo; es decir, no es un cuerpo ni deseante ni deseado, un cuerpo funcional, que en la enfermedad se rompe. Pero incluso en la enfermedad, en esa desvinculación con la realidad, de lo cotidiano, igual el deseo está, porque hay un deseo de quejarse que aparece con mucha potencia. Esta idea de que tenemos del deseo pegado a lo físico tiene tantas capas anteriores, tan importantes y vitales. Y es verdad que a las mujeres nos demarcan en función a la edad, de la capacidad reproductiva, a la capacidad de seducción, en ese sentido, a las personas mayores se les empiezan a recortar los espacios.
Natalia Rozenblum: En relación con lo que está diciendo Luciana, incluso lo pienso ahora en términos inversos. Tanto es así como se les hace esos recortes, que, en general, se piensa que la gente mayor ya no debería tener complejos con su cuerpo, porque ya es vieja.
Luciana de Luca: Claro, quedó fuera del territorio del deseo. ¿Por qué va a tener complejos si ya es vieja?
Natalia Rozenblum: ¿A quién se le ocurre que una mujer de setenta, ochenta años, le da igual tener un cuerpo u otro? Ojalá fuera así, para las de ochenta, para las de treinta y para las de quince. Pero no es así.
También está presente en estas historias el tema de la postergación, relacionada con la frustración. Pasó gran parte de la vida y se ha vivido por y para otros. En este sentido, ¿se podría hablar del deseo postergado?
Luciana de Luca: En general, todos vivimos para otras cosas. Muchas veces estamos viviendo en contra del deseo o dedicando muy poco tiempo de nuestra vida a lo que realmente queremos hacer. Me parece que ese era una especie de universal. Después está quien tiene mejores condiciones para poder hacerlo o no, pero me parece que todos estamos en una pelea para poder vivir de una manera más cercana a lo que nos hace felices, lo que nos genera entusiasmo. Las postergaciones de Carolina no tienen solo que ver con no haber podido elegir, sino con todo un sistema organizado a partir de la no elección, un sistema patriarcal y capitalista. La novela transcurre en otra época y ese sistema está organizado para imponernos un deseo que es funcional a ese sistema. Es como si hubiera un algoritmo del deseo, lo que se desea en una época, y en ese sentido, en la época de la novela, era el casarse y tener hijos, tener una casa. Y estar todo el tiempo tironeando con el deber ser y las ganas de hacer.
Natalia Rozenblum: Pensaba en los mandatos impuestos: hay que ser madre, hay que ser abuela. Pero ni siquiera hay que ser eso, sino hay que serlo de determinada manera, porque hay que ver si sos madre, pero esto no corresponde con la imagen de madre impuesta por los medios.
Ambas protagonistas se aferran a pasatiempos, como ir a la pileta, a las actividades del club del barrio, por parte de Ana Inés, y el jardín de su casa que Carolina cuida con tanto amor. Me gusta pensar que una actividad es para socializar y la otra, para estar y disfrutar en soledad, y que, por supuesto, constituye a sus protagonistas. Y lo que ambas encuentran en estos espacios es la libertad. ¿Lo pensaron de ese modo?
Natalia Rozenblum: En mi caso, no sé si lo pensé en términos de libertad. Sí es una lectura que hago a posteriori. Creo que el club es el lugar en el mundo de Ana Inés, incluso, cuando la hija se va instalando cada vez más en su casa, ella pasa cada vez más tiempo en el club. Ana Inés es una persona sociable, pero, al mismo tiempo, contenida, hasta vergonzosa. La imaginé de esa manera. Es su espacio, pero no es que llega al club y se rebela, sino que es ella con su forma de ser.
Luciana de Luca: En el caso de Carolina, hay una soledad que no se sabe si es elegida o si es lo que le tocó. Y creo que, en la relación con el jardín, con esa pequeña porción de la naturaleza salvaje que ella tiene, es casi un espacio donde puede ocuparse de un cuidado real. Porque su hijo ya se fue, porque su esposo parece que no la necesita. Al contrario, es una mujer que está un poco infantilizada, hasta en el cuidado, encerrada en una cápsula tiempo espacial. Me parece que el cuidado de la naturaleza, de las plantas, de los animales y los insectos que hay en su jardín le permite ejecutar ese cuidado, sentir que está haciendo algo, ayudando que algo crezca y, a la vez, conteniendo el desborde. Porque cuando ella se desborda, también su jardín se desborda y estalla. De alguna manera, es una especie de habitación propia. Incluso, después de la publicación, pensaba que ella es su habitación propia, esa voz que tiene en su cabeza. El jardín es un espacio de autonomía, de soledad y de independencia, donde puede hablar en voz alta y cuidar, que es lo que sabe hacer.
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Luciana De Luca (Argentina). Creció en el litoral argentino. Participó en las antologías de cuentos Cuentos Cuervos, Ficciones de argentinos en Brasil, Cuentos Raros y Antología 8 y 8. Es autora del libro de relatos Las fiestas no son para los niños (2013). En 2017, publicó el libro para niños Soy un jardín, en colaboración con Florencia Delboy, y en 2019, Ratón de Biblioteca, traducido al inglés y al coreano. En la actualidad, es editora y ghost writer. Otras cosas por las que llorar es su primera novela.
Natalia Rozenblum (Argentina). Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Fue jugadora de ping pong, pero ahora prefiere el metegol. Dicta talleres literarios desde 2008, tiene la librería La Vecina Libros y una perra que se llama Amiga. Publicó las novelas Los enfermos y Baño de damas, los libros objeto Cuaderno de escritura y Cuaderno de creatividad, recopilaciones de claves y ejercicios para escribir y crear, y el poemario Un jardín de eucaliptos.